Ella era Ama y señora de aquel país, remoto, sombrío, alejado de toda realidad. Lo que más la enorgullecía y admiraba, era su castillo de cristal y el bello jardín que lo rodeaba, lugar en donde florecían las rosas rojas más bellas de sus Tierras.
Se sabía que la dama era, entre otras cosas, muy ambiciosa y severa, pero a pesar de sus cualidades y defectos, llevaba la Gran corona.
Un buen día, conducida por su curiosidad, llegó una niña de otras, un poco por error o por casualidad al perseguir un conejo blanco, terminó perdida y desorientada en el país de las Maravillas.
A la joven, se le colaron sin querer de su vestido y su mandil, un poco
de las luces de su realidad, que iluminaron con ello las no tan maravillosas mentiras y engaños que albergaban en el extraño país... como el falso rojo pasión de las rosas del jardín, o los naipes que conformaban el castillo de cristal, el cuál se derrumbaría como tal.
La reina, luego de tantas revelaciones, se acongojó al caer en la cuenta que ya no tenía mundo qué gobernar.
Al despertar de su sueño, el hechizo se rompió, abandonó aquel mundo y en otra realidad se terminó convirtiendo en la Reina de los Corazones Rotos.
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